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▷ Sastrería Calle la Brujería ✍

Sastrería Calle la Brujería

Hacía ya algo más de diez años, que Casiano a su pueblo no visitaba. Hoy que lo había hecho, por sus estrechas calles él paseaba.
Al pasar por la Calle la Brujería, sin saber por qué, se detuvo delante de la vieja sastrería. Cuantos recuerdos de ella a él le venían. Casiano se veía allí siendo aún un niño, jugando en ella todo el día y durmiendo en su trastero al llegar la noche. Todo esto lo hacía, mientras su padre allí cosía. Pues su padre había sido el sastre de aquél pueblo que él ahora recorría. Casiano nada más nacer, quedó a cargo de su progenitor, ya que su madre tuvo la mala fortuna de irse al otro mundo, al traerlo a él a este y todo a cauda de una hemofilia incontrolada.
Casiano poco a poco fue creciendo. A la vez que lo hacía se iba formando ya que en sus ratos libres, su padre la profesión de sastre se la iba inculcando.
Casiano repasaba en su memoria esos días en la vieja sastrería. Veía a su padre con cinta métrica en mano, tomándoles las mediadas a los clientes. Acto seguido, eligiendo su mejor pieza de tela, si era verano elegía un fresco lino y si era invierno una abrigada lana. Ya elegida la tela, se la presentaba a los clientes y estos elegían
su color preferido. El siguiente paso era realizar los patrones perfectos. Él seguía viéndolo, del modo que colocaba dichos patrones sobre la tela elegida y los fijaba a ella con los alfileres. Ya sujetos a la tela, elegía una tiza de marcar, unas veces de color blanca, otras de color rosa y él creía recordar que también había otras veces que la elegía de color azul. Tras le elección de la tiza, con ella dibujaba los bocetos de los trajes. A continuación siguiendo los trazos dibujados, cortaba con una afilada tijera de color negro, la cual llevaba su padre siempre colgada al cuello con una cinta elástica de color negro. El siguiente paso era elegir una aguja y un hilo, que dependiendo del color de la tela unas veces era blanco y otra negro. Ya con la aguja enhebrada pasaba el registro a los patrones. Acabado el registro, cortaba y a continuación los unía hilvanándolos. Más tarde tocaba concertar una cita con los clientes y probarles los trajes chaqueta completos unas veces, otras un pantalón, otras solo una chaqueta, otras algún que otro abrigo y de vez en cuando alguna que otra levita de gala, sin olvidar la gran variedad de camisas. Tras las pruebas pasaba a coserlos a máquina y para ello elegía un hilo del mismo color exacto que la tela. Les hacía los ojales tras haber hecho las mediciones de los botones escogidos. Lo sucesivo era coserles las etiquetas con el nombre de la sastrería “Sastrería Calle la Brujería”, ya que era ese el nombre de la vieja sastrería y esto lo hacía siempre a mano. Y para terminar los planchaba con mucho esmero, los colocaba cada uno en una percha y los colgaba en un armario a la espera de que los clientes vinieran a retirarlos.
Cuantos recuerdos le traían aquellas calles y sobre todo aquella, la “Calle la Brujería”. En honor a ella le puso su padre el nombre a la vieja sastrería. Bueno mi difunto padre pensó Casiano, ya que éste había muerto hacía ya diez años, los mismos que hacía que él no visitaba el pueblo, su pueblo. Pero a pesar de aquella década transcurrida y de que su padre había pasado a mejor vida. Casiano allí de pie frente a la vieja sastrería, acababa de evidenciar que sus recuerdos no se habían borrado. Estos seguían latentes en su memoria.

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