Abatido y desesperado
Abatido estaba él, desesperado también. Su mente se le había nublado y no podía pensar con claridad.
Sin apenas presentirlo, con el destino chocó y de pronto, contra la cara de este tropezó y a él lo que vio en su cara, para nada le gustó.
El destino le hizo saber que, si no cambiaba de actitud no disfrutaría de su juventud. Ya que, son las acciones las que hacen a los hombres, personas de sanos corazones.
De pronto, su mente se despejó y poco a poco, su abatimiento se esfumó y con él, la desesperación se marchó. A la sazón comprendió que, para ser feliz no hay por qué hacer infelices a los demás.
Fue entonces, cuando tomó la sabia decisión. Ser feliz y a la vez hacer felices a los demás. Ya que solo así, podría vivir en una armonía total.