Un diario para Aria
(Capítulo IX)
Visitar el Templo
Este rito sí que se celebraría en un Templo de verdad, no en el propio pueblo, pero si dentro del mismo Municipio. Por primera vez iba a entrar en él, por sus propios pies y conscientemente de ello, pues la vez anterior la llevaron en brazos – al recibir las Aguas Bautismales. ¿Será bonito? —se preguntaba—. Había oído hablar tanto y tan bien de él, que no veía la hora de que, llegara ese día y así lo comentaba en casa con todos, a la vez sentía curiosidad por ver que era un «Obispo». Pues era este el que impartiría dicho sacramento, —¿será como un cura?—, —¿de qué forma vestirá?—, —¿hablará igual que nosotros?—, —¿podremos verle— o —será invisible?—. Quizás era por su corta edad o por desconocimiento, el caso es que, Aria en esa época pensaba que, los curas eran hombres que Dios elegía por las noches y por el día los ponía en las iglesias para que dijeran las Misas. Entonces si esto era así, los Obispos venían directamente desde el cielo mandados por El, para vigilarnos una vez durante nuestras vidas, para decirle a Dios quienes debiéramos ir al cielo o al infierno. Esos pocos días que faltaban para dicho acontecimiento, se los pasó rezando y rezando día y noche.
El Templo, era grandioso, le causó un gran asombro, su pequeño cuerpo se estremeció al entrar en él. Del Obispo es su deber decir que, pasó mucho tiempo hasta que supo, que tanto él como el Cura, eran «personas» normales como el resto de los humanos, (que no bajaban del cielo ni nada de eso).