Mamá no me llames raro
— Por qué caminas encorvado. Le preguntaban cotidianamente a Tablado.
— Anda derecho. Como mismo lo hace tu hermano. Le indicaba su padre
— Mira que eres raro. Le decía del mismo modo su propia madre.
— Mamá yo no soy raro. Soy diferente. Pero no raro.
— ¿Qué no eres raro? Claro que lo eres. Si naciste el mismo día que tu hermano gemelo. Y él desde antes de cumplir un año. Ya andaba. Y tú con dos cumplidos, solo gateabas. Hijo eres raro.
— No mamá. No lo soy. Yo no soy raro.
— ¡A no! No eres raro. Y entonces ¿Qué eres?
— Mamá yo no soy raro. Soy diferente.
— ¿Diferente? ¿has dicho diferente? Déjate de diferencias y hazme el favor de ponerte recto. Para que a la hora de andar, lo hagas tieso como una vela. Y no como su fueras un jorobado.
— Madre. Pero es qué no te has dado cuanta.
— Cuenta. ¿De qué me tengo que dar cuenta? De que cada día que pasa, eres más raro.
— No madre. Ya te he dicho, que yo no soy raro. Yo aunque tú lo hayas visto desde el mismo momento en que nací. No lo has querido aceptar. Pero el que haya nacido diferente a mi hermano gemelo. No significa, que por ese motivo yo sea raro.
— Pero Tablado. Si es que naciste clavadito a tu hermano. Y que si no fuera por tu rareza, me costaría diferenciar al uno del otro.
— Mamá no todos somos iguales. Algunos nacemos con algunas carencias. Si bien todos tenemos los mismos derechos.
— Pero de qué me hablas. Lo dicho hijo. Ves cómo eres raro.
— Mamá acepta mi carencia. Del mismo modo que la he aceptado yo.
— Hijo pero tú para mí siempre serás perfecto.
— Mamá. Piensa que la perfección es casi una utopía. Y no por eso, se debe uno rendir y no luchar por esa perfección.
— Hijo qué quieres decir con eso.
— Que cada una de nuestras carencias físicas. A lo largo de nuestra vida lo que hará, será ayudarnos a crear nuestra personalidad y no por ello nos debemos de sentir raros. Ese hecho solo nos hace diferentes.
— Hijo y ahora qué te digo yo. Pensó su madre.
— Que aunque fisiológicamente, sea diferente a mi gemelo. Me mires igual que a él. Que me trates del mismo modo que a él. Y sobre todo que me veas como me debiste de ver desde el mismo momento en que nací. Que aceptes ya de una vez como soy con mis virtudes y mis carencias. Que el hecho de que no pueda caminar totalmente erguido. No significa que sea raro. Solo soy diferente mamá.
— Su madre se sentó frente a Tablado. Y mirándolo fijamente, a sus ojos de color negro intenso. Y con unas lagrimillas que le caían de los suyos. Le dijo a su hijo. Yo lo sabía, desde el mismo momento en que a este mundo tú viniste. Pero yo como madre tenía la esperanza, de que con el paso del tiempo tu defecto se corrigiera y terminaras siendo igual que tú hermano.
— Madre lo mío no es un defecto. Es solo una carencia. Por lo tanto, sí para mí no lo es, para ti tampoco debería de serlo.
— Tablado. Dijo ella en voz baja.
— Mamá no me llames raro. Llámame, si quieres diferente.
Lo importante. No es como te vean los demás. Sino como te veas tú a ti mismo. Que te sientas bien con lo que tienes y cómo eres en realidad. Sin dejar que te afecte el cómo te vean y lo que piensen y digan de ti los demás. Lo más significativo es no ponerte barreras a ti mismo. Con esa actitud conseguirás el que no te las pongan los demás. Ya que, con buen talante, en lugar de escasez habrá abundancia.