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▷ Había llegado la tarde ✍

Había llegado la tarde

Había llegado la tarde de un día caluroso del mes de agosto, como no un día más terminaba el día sola, apartada y alejada del mundo, de ese mundo en el que ella había luchado con todas sus fuerzas, para que no la alejaran de él, pero todo lo que ella intentaba, fracasaba una vez y otra vez. Ya no tenía fuerzas para seguir intentándolo, por lo tanto, era ella la que disfrutaba ahora con la decisión tomada.
Ahora estaba sentada en el porche de la antigua casa, que había heredado de sus abuelos paternos al morir éstos, situada en lo alto de una colina, con vistas a la playa.
Isis repasaba mentalmente lo que había sido su vida hasta este momento. Recuerda a sus abuelos allí sentados con ella, hasta no hace mucho tiempo, los recuerda, siempre alegres y sonrientes, tanto con ella, como entre ellos, nunca los vio discutir por nada, ni con nadie, tenían el don del dialogo, ellos siempre decían, no hace falta gritar cuando discrepas de algo, o tienes que hablar, siempre hay un punto intermedio, no todos tenemos que pensar y creer en lo mismo, pero no por ello hay que obligar a nadie que vea y piense como el otro, hay que ser tolerante y respetuoso con todos, para que a la vez lo sean contigo, nunca lo olvides Isis le decían.
La casa era antigua, pero muy acogedora, era espaciosa y estaba muy bien iluminada de luz natural, ventilada en verano y abrigada en invierno, le encantaba aquella casa, sus abuelos lo sabían, es por eso por lo que ellos se la dejaron sin lugar a dudas, pues el amor que ellos le tenían, solo lo supera el de Isis.
Siempre se encontró muy a gusto en ella y con ellos. Ya desde el día en que nació, su abuela Santa y su abuelo Tom, la acogieron con ellos, en ella tenían nieta e hija a la vez, ellos solo habían tenido un hijo, su padre, el cual había muerto el mismo día en que Isis vino al mundo, junto a su madre, en un accidente de tráfico, camino hacia el hospital, para que ella naciera, no por culpa de ellos, sino de un conductor irresponsable, el cual se había puesto al volante, después de haberse emborrachado, por suerte para Isis, que pudo sobrevivir al fatídico suceso.
Por lo tanto, para Isis, Santa y Tom fueron a la vez mamá y abuela y papá y abuelo.
No sé, quizás, por las circunstancias de la muerte de sus padres, o el hecho de ella haber nacido después de su madre muerta, Isis siempre creció con un halo de melancolía.
Cuando estaba melancólica, se sentía desgraciada y nada querida, sola y abandonada, queriendo incluso morir, aunque la realidad era otra, pues mamá Santa y papá Tom, la amaban, la adoraban, y se desvivían por ella, solo vivían por y para ella.
En cambio, cuando dejaba la melancolía a un lado, se sentía querida y su soledad desaparecía, entonces recuperaba sus ganas de vivir.
Seguro que gracias al hecho de vivir en aquella casa cerca del mar, le ayudó a vivir con su melancolía, pues los largos paseos por la playa, los baños en ella, unas veces sola, otras, acompañada. Evidentemente que cuando la melancolía la acompañaba, también lo hacían sus abuelos, pues temían por lo que pudiera hacer Isis, con su corta y frágil vida.
Isis fue creciendo, estudiando, pero nunca llegó a hacer amigos/as de verdad, solo compañeros/as, de clase o de juego, nunca quiso asistir a ninguna fiesta de cumpleaños, mucho menos invitar a nadie a los suyos, solo ella y sus papás/abuelos.
Terminó la carrera en bellas artes, le encantaba pintar, escribir, leer, la música clásica. Realmente le fascinaba todo lo relacionado con el arte y la literatura, tal vez, su halo de melancolía al fin y al cabo le había servido para algo.
Cuando parecía que todo iba a terminar de repente, tomaba el rumbo de su vida, tanto ella como sus abuelos terminaron por acostumbrarse y vivir con normalidad, el estado de catástasis que le había tocado vivir.
Por su estado, poco a poco se sintió rechazada por el resto de la gente. Primero sus compañeros/as, de colegio, luego de universidad, más tarde intentó trabajar en una galería, pero no encajó, pues todo lo que los demás exponían, ella lo miraba y se sentía mal, pues a ella no les inspiraba lo mismo que quien lo pintaba, terminó por quedarse en casa y no trabajar.
Pasaron los años, según pasaban, Santa y Tom envejecían y lo hacían con la pena y el dolor de dejar a Isis sola. El único consuelo que tenían, era que donde único era feliz Isis, era en aquella vieja casa, con sus paseos diarios por la playa y sus baños en el mar.
Aunque la melancolía iba y venía, ya no les preocupaba el que hiciera alguna locura, pues Isis ya había aprendido a controlar su vida sin riesgo para ella.
Algunas veces recordaba Isis allí sentada. Había echado de menos el no haber tenido alguna amiga, pero luego se consolaba, pensando que sus abuelos, habían sido los mejores amigos del mundo.
Ahora que ellos ya no estaban físicamente, los echaba mucho de menos, pero estos la educaron con la convicción de que ellos estarían siempre con ella, no en cuerpo, pero sí en espíritu, para Isis era suficiente, pues quizás debido al estado en que siempre vivió, ella siempre los tenía con ella, hablaba con ellos a todas horas y ahora que estos habían partido materialmente, le habían traído a sus padres, para que los conociera.
Sentada ahora allí esa tarde de agosto, hablaba con ellos, estos le decían, no te preocupes Isis, que aquí en esta vieja casa estaremos siempre juntos los cinco, tú, la abuela Santa, el abuelo Tom, tú padre y yo.
Esa mañana del mes de agosto, se oyó en la radio de un bar cercano, muere ahogada en una playa, una joven de 36 años, que vivía sola en la casa de la colina, junto al mar.
Sí, esa joven era Isis, esa Isis, que por la tarde estaba sentada, junto a toda su familia en su casa, efectivamente su casa, ahora ya estaban todos juntos, para siempre, ya daba igual el que fuera melancólica o no, el que sus padres hubieran muerto en un accidente el día de su nacimiento, el que ella hubiera nacido, después de su madre muerta, o el que sus abuelos, hubieran muerto de mayores, pues ahora estaban todos juntos para siempre en la vieja casa, grande, pero muy acogedora, que era espaciosa y que estaba muy bien iluminada con luz natural, bien ventilada en verano y bien abrigada en invierno, le encantaba aquella casa, sus abuelos lo sabían, es por eso por lo que ellos se la dejaron sin lugar a dudas, pues el amor que ellos le tenían, solo lo supera el de Isis.


Había llegado la tarde –
(c) –
Maria Milagrosa Reyes Marrero

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