Contenidos
ocultar
Don Juancho
— Ay, don Juancho, don Juancho, si no se quita usted, a ver como paso yo.
— Señora Resquicia, yo no tengo porqué quitarme, para que usted pueda pasar.
— Cómo que no.
— Usted lo que tiene que hacer es ponerse sus gafas, para que así con ellas puestas usted pueda ver.
— Me está usted llamando cegata don Juancho.
— No doña Resquicia, yo no la he llamado cegata, pero reconozca que, por donde usted quería pasar, no era yo el que se lo impedía.
— Cómo que no, entonces quién era el que estaba ahí.
— Más bien, qué es lo que había ahí y no era otra cosa que la pared de la finca enojosa.
— Bueno usted perdone y tal vez tenga razón y lo que debo hacer yo, es llevar puestos mis anteojos de gran visión.
— Lo ve usted doña Resquicia, que no es tan difícil reconocer la verdad y sobre todo cuando es otro quien se la dice.
— Que tenga un buen día don Juancho.
— Le deseo a usted lo mismo doña Resquicia.
— Señora Resquicia, yo no tengo porqué quitarme, para que usted pueda pasar.
— Cómo que no.
— Usted lo que tiene que hacer es ponerse sus gafas, para que así con ellas puestas usted pueda ver.
— Me está usted llamando cegata don Juancho.
— No doña Resquicia, yo no la he llamado cegata, pero reconozca que, por donde usted quería pasar, no era yo el que se lo impedía.
— Cómo que no, entonces quién era el que estaba ahí.
— Más bien, qué es lo que había ahí y no era otra cosa que la pared de la finca enojosa.
— Bueno usted perdone y tal vez tenga razón y lo que debo hacer yo, es llevar puestos mis anteojos de gran visión.
— Lo ve usted doña Resquicia, que no es tan difícil reconocer la verdad y sobre todo cuando es otro quien se la dice.
— Que tenga un buen día don Juancho.
— Le deseo a usted lo mismo doña Resquicia.