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Adiós a Sor
Todo ocurrió, una tarde de un lunes, día veinticuatro de junio, del año mil novecientos noventa y uno. Fue esa, una tarde de despedidas. Del mismo modo que lo había sido un tiempo atrás. Pues, una tarde como la de ese lunes, nos reuníamos unas cuantas madres y padres, de los niños y niñas que estaban preparándose para recibir por primera vez, el Santo Sacramento de la Eucaristía. O lo que es lo mismo, para hacer su Primer Comunión. Para ello, tomaban clases de catequesis con Sor. En honor a la verdad, he de decir que, de entre todos los progenitores, esa tarde, uno de ellos, no había podido acudir a la cita semanal de cada lunes, como era lo habitual. Esa madre, no acudió corporalmente. Pero, sí que, espiritualmente la sentíamos a nuestro lado presente. Esta, había dejado este mundo y había subido al reino de los cielos. Esa fue una tarde triste, sin lugar a dudas. También lo fue, de homenaje y despedida. A ella, le dijimos adiós, pero no para siempre. Ya que, en nuestros corazones, la misma iba a estar presente eternamente.
Esa tarde de lunes, veinticuatro de junio, del año mencionado con anterioridad. De nuevo, nos reuníamos para decirle a alguien adiós. Ese alguien, no era otra que, la misma Sor. No por fenecimiento, no. Pero sí, porque nos dejaba a causa de un traslado ineludible de residencia. Nos despedimos de ella con gran pesar. Pero no por ello, dejamos de desearle lo mejor en su nuevo hogar. Y a la vez, anhelando en nuestros corazones, el volvernos a ver, para seguir charlando, del mismo modo que lo hacíamos cada tarde de lunes, en esas reuniones.
Con esa despedida de Sor, no esperábamos otra cosa que, la misma, no fuera el de un principio de una bonita amistad. Sino que esta, fuese el comienzo de una larga y verdadera afinidad. Eso, es al menos lo que en ese momento, sentí yo. Y espero de corazón que, el resto del grupo, lo sintieran del mismo modo, en que yo lo concebí.
Pero, con la partida de Sor. Vino la llegada de una catequista nueva. Del mismo modo que hicimos con Sor. A ella, de dimos la bienvenida y con agrado la recibimos en nuestras vidas. Llegado el momento, nuestros hijos tomaron el Sacramento. Y para bien o para mal, algunos de los padres, no nos volvimos a ver más. Lo mismo habrá ocurrido con los niños. Pero supongo que, todo ello se deba, a causas normales de la propia vida. Yo he de decir que, a pesar de esos no encuentros. Lo fundamental de todo ello, es la experiencia vivida, los momentos compartidos y la riqueza positiva adquirida.