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Femés
Anclado en un valle
En lo alto de un macizo, de formación volcánica
Llamado Macizo de los Ajaches
Hay un pequeño pueblo
Al que vociferan Femés
En el que se alza, la Atalaya de Femés
Conservándose una iglesia
Donde mora un Santo
Al que llaman San Marcial
San Marcial del Rubicón
En honor al lugar, donde por primera vez moró
Y que hasta una catedral, allí se le construyó
Ya sea por tradición o por beatividad
Cada año, en el mes de julio
Allá por el día siete
Celebran su festividad
Es una iglesia pequeña
O al menos, así la recuerdo yo
Cuando a edad temprana
De acompañante de mi abuela, allí iba yo
Cada lunes, cuando a ella asistía
Y que al Santo iba a adorar
Para que la cimiente del trigo y la cebada
Creciera frondosa y no la perjudicara nada
Y su recolección fuera abundante y granada
No sé si era por mi corta edad
De camino a la iglesia, vislumbraba consternación
Y al entrar en ella, me sobrecogía
Aun hoy, esos recuerdos me dan escalofríos
Me veo en esa pequeña iglesia, con los ojos cerrados
Con una de mis pequeñas manos, cogida a la de mi abuela
La otra, cargando un enorme cirio
Que ella antes había encendido
Y que con cada paso que daba
Con el chorrear de la cera, mi mano quemaba
Ya frente el Santo, abría mis ojos
Allí sin moverme, oía las suplicas de mi abuela
Al terminar, nos dirigíamos al lugar de las ofrendas
En aquel lugar podías encontrar, manos, pies y hasta ojos
Todos ellos elaborados con cera
Acaso por culpa de mi corta edad
O que estaban fabricados con tanta precisión
Que a mí todo aquello, me daba mucho pavor
Con toda la candidez y la voz temblorosa, a mi abuela le preguntaba
Abuela, acaso San Marcial es médico
No hijita, no, me respondía ella
Eso, son ofrendas que los feligreses hacen al Santo
En agradecimiento, por la cura de una mano rota, o una pierna torcida
Abuela, cuando yo me pongo malita, mi mamá me lleva al médico
Y cuando sale de la consulta, le da las gracias al doctor
Que yo recuerde, nunca me ha traído aquí para que me curen
Aun eres demasiado pequeña para entenderlo, era la respuesta de mi abuela
Por un lado está lo racional
Que es acudir al médico para que cure, cuando tienes un dolor de tripita
Y por otro lo emocional
Que es la convicción y devoción que cada uno pueda tener
No solo se viene a pedir, cuando se está mal
Asimismo, se pide para que nos proteja del mal que nos pudiera llegar
Visto así, yo también le voy a pedir algo al Santo abuela, le contestaba yo
Dejábamos los cirios encendidos
Y juntas, las dos nos dirigíamos a la salida
Pero, no antes de contemplar el gran número de maquetas de barcos
Tan reales, que daba la sensación que navegaban en lugar de estar allí fondeas
Estaban repartidas por toda la iglesia
Según me contaba mi abuela, eran ofrendas hechas al Santo
Por los propios marineros o familiares, en honor a la salvaguardia
Que San Marcial, les prestaba cuando se hacían a la mar
Eso era lo único que me gustaba de aquellas visitas
A esa pequeña iglesia y que cada lunes a ella asistía
Como acompañante de mi abuela
Que a idolatrar al Santo, iba
Teniendo yo, una edad muy temprana todavía