El espejo enmugrecido
La luz,
atravesaba los finos cristales,
de unos pequeños ventanales,
en la pequeña casa, de la viuda de Don Bucales.
Ella fijaba su mirada,
en un espejo colgado en la pared,
a la vez, que su añosa imagen,
en aquél espejo se reflejaba.
La viuda,
se miraba a través de un espejo,
enmugrecido ya,
a causa, del tiempo transcurrido.
Con sus manos temblorosas,
se retocaba su pelo cano,
recién lavado
y peinado.
Se daba una última mirada al vestido,
advirtiendo,
que con el paso de los años,
se le había quedado, algo decolorado.
Al final, se daba el visto bueno,
salía a la calle,
dirigiéndose al viejo cementerio del pueblo,
para ya allí, visitar la tumba de su amado.
En su mano izquierda,
lleva un ramo de margaritas,
cultivadas por ella misma,
en su solariego jardín.
En la mano derecha,
acarrea, un burdo bastón,
porque, por culpa de la edad,
lo precisa, de apoyo al andar.
Pero Adelina,
desde la muerte de su amado,
sin visitarlo al cementerio,
ni un domingo ha dejado.
Muchos años acaecidos,
del éxodo de Don Bucales,
empero Adelina,
sin sus margaritas, lo ha dejado.